En algunas zonas turísticas de la Capital federal, como Palermo, o San Telmo, los vecinos se encuentran con obstáculos en las veredas de bares y restaurantes que deben sortear: muebles, comensales, meseras y hasta perros atados se interponen ante el paso del transeúnte, quien, a pesar de su indignación, no suele realizar la denuncia correspondiente.
Si bien existe un permiso para solicitar la disposición de mesas y sillas en las veredas, su aprobación requiere del cumplimiento de la reglamentación que regula la norma. Se trata de la ley 2523 de la Legilatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la cual, en la mayoría de los casos, no se cumple.
La dependencia que debe regular el cumplimiento de los locales gastronómicos de esa normativa es Ordenamiento del Espacio público, departamento que entrega a los solicitantes una planilla en la que se detallan los requisitos para conseguir el permiso de área gastronómica, y que debe ser completado con documentación del comercio: fotografías de la acera y fachada del local; una declaración jurada; un croquis especializando la disposición de las mesas, y cuarenta pesos que deberán abonar en Rentas, entre otros documentos.
Cuáles son las condiciones
La ley indica que para obtener la habilitación de área gastronómica, el comerciante se compromete a cumplir con una serie de requisitos: la vereda del local en cuestión debe tener un mínimo de dos metros y medio de ancho; es imprescindible garantizar el paso entre las mesas; se prohíbe la colocación de muebles en las ochavas (codos que forman las esquinas); tiene que dejarse un espacio libre para el transeúnte de entre 1,50 y 2 metros (de acuerdo al ancho de la acera) entre las mesas y la línea de edificación; es necesario, además, colocar un recipiente para residuos.
Pero para Marcos, dueño de un bar en la esquina de Fitz Roy y Gorriti, en el barrio de Palermo, la cuestión no fue tan complicada. Su negocio cuenta con unas veinte mesas en la vereda muy cercanas entre sí, algunas de ellas sobre la línea de edificación; también invade sin problemas la ochava y tiene un toldo con unos faldones de plástico cayendo en cada uno de sus lados, con los que cierra el habitáculo y aprovecha la calefacción que da a la calle para crear así un "microclima". Todo esto lo consiguió con la habilitación de área gastronómica que dice haber pagado 6 mil pesos. "Es un combo", explica. Y asegura que sólo lo visitan inspectores municipales que le piden, entre otras cosas, la habilitación de área gastronómica. "Como tengo todos los papeles en regla, no me dicen nada y se van".
Otra es la historia que cuenta Miguel Juárez, jefe de la Dirección Operativa de Fiscalización del espacio Público: "Teóricamente en las ochavas no puede haber absolutamente nada porque son polígonos de seguridad. Ni siquiera los famosos canteros que pone la gente para evitar accidentes. Mesas y sillas tampoco tendrían que haber. Muchos ponen un toldo y le hacen un cerramiento, eso está prohibido. Se puede dar un permiso por el cobertizo, pero no por el cerramiento. El toldo pude ocupar todo el ancho de la vereda, pero lo que no pueden tener son esos faldones de plástico con los que hacen el cerramiento." Al parecer, la teoría de Juárez no contempla la posibilidad de eludir las prohibiciones mediante el pago de 6 mil pesos.