viernes, 26 de noviembre de 2010

La fiesta inolvidable

El hincha de Independiente vivió otra noche de copas imborrable. La mística permanece viva.

 Todavía no había bajado el sol en la tarde de Avellaneda y ya se vivía en las calles el clima festivo. Infinidad de hinchas de todas las edades paseaban sus colores por las inmediaciones del estadio. A los vecinos, no se los sentía ni respirar.
De a poco la gente se fue acercando al Nuevo Libertadores de América para engalanar las tribunas e ir dando color a un escenario copero por excelencia. Familias enteras vestidas de rojo, con la ilusión a cuestas y la algarabía de verse otra vez en la instancia decisiva de un torneo internacional.
Como era de esperarse, la falange copó el estadio como nunca desde su reinauguración. Los gritos de la hinchada bajaban hacia el césped y creaban una atmósfera infernal.
La ansiedad crecía, los nervios invadían a las 40 mil almas que se descargaban en una única y estridente voz: “¡Y dale Rojo Dale…!”
Cientos de bengalas, miles y miles de papelitos, el humo rojo y el temblor del cemento dieron un marco espléndido a la salida de los once del Turco. Ahora, a jugar.
Los minutos iniciales demostraron que Independiente no se impondría con facilidad al duro rival ecuatoriano. Y eso se tradujo en el murmullo expectante de las tribunas.
Pero a los 26 minutos, el cabezazo de Parra desató la algarabía. Facundo enloqueció y revoleó su camiseta, mostrando debajo la imagen de su perro Max, que desde hace unos días no puede caminar. La masa roja sentía resurgir a su viejo y amado Rey de copas.
La fiesta comenzaba de la mejor manera, más bengalas, mucho color y más grito. Pero aún era muy pronto para festejar, cualquier cosa podía pasar. Y pasó. En un avance claro de La Liga, el uruguayo Salgueiro sacó un remate inatajable hasta para el gran Hilario, y así, con un estadio que estallaba de bronca, el árbitro oriental decidió poner fin a la primera parte. La impotencia y el desconsuelo no pudieron apagar la ilusión, las bengalas permanecían encendidas y los cánticos aún resonaban.
El Rojo salió a jugar el complemento con mayor actitud, muy decidido a buscar el arco rival, porque otra no le quedaba. Así, a los cuarenta segundos nomás, un Fredes que recuperó su autoestima y comenzó a explotar su capacidad, presionó una mala salida del equipo de Bauza y a puro empuje se encontró cara a cara con el arquero rival. Gran definición y estallido en el cemento. Otra vez el “¡Dale Rojo Dale…!” y “¡El Rey de copas la p… que los parió…!
El regocijo invadía las almas diablas, volvieron las bengalas y otra vez la ilusión. Pero faltaban 45 minutos. Una eternidad.
Liga atacaba e Independiente respondía, pero algunos jugadores comenzaban a quedarse sin piernas. Con el correr del segundo tiempo, el Turco decidió resguardar la mitad de la cancha, mientras el Patón decidía tirar toda la carne al asador.
Los últimos minutos fueron para el infarto. Un tiro en el palo de Gámez casi enmudece al estadio. Y muy cerca del final, una gran atajada del mejor arquero argentino del momento, sí, argentino, permitió respirar aliviado a un público que a esa altura estaba devastado por los nervios.
Lo poco que quedaba de partido mostró a un Independiente jugando a defender, pero haciéndolo muy bien, y a un Liga de Quito que iba, pero que chocaba con una defensa resoluta.
El silbato del charrúa descontroló a la hinchada roja. Hubo un merecido aplauso para sus jugadores, y por primera vez, el reconocimiento a un técnico que cambió la realidad de Independiente. Todo era gritos y lágrimas. Los más chicos, porque veían ante sus ojos la mística de la que tanto les habían hablado. Los más grandes, porque después de tantas pálidas campañas, comprendían una verdad insoslayable: El Rey no ha muerto.

jueves, 25 de noviembre de 2010

El tango “volvió una noche” a Independiente

          El ex Intendente de Avellaneda Luis Sagol, participó de la milonga


A beneficio del Departamento Cultural y Social de Independiente se llevó a cabo ayer la gran velada de tango en la sede social del club. El salón Carlos Radrizzani albergó a más de doscientas personas de todas las edades para pasar una noche arrabalera como las de antes. El evento arrancó cerca de las 21.30 con clases de baile gratuitas, a cargo del profesor Horacio Madeo, quien también estuvo a cargo de la conducción y animación de la milonga. De a poco las parejas fueron volcándose a la pista, mientras la concurrencia crecía más de lo esperado por los organizadores. Más tarde se presentaron diversos artistas: la destacada cantante avellanedense Miriam Barros; los cantores Carlos Rojas, Aurelio Navarro, Fernando Darío y Facundo Vallejos (Precosquín 2011);  los bailarines Adrián Veredicce y Alejandra Hobert, y el grupo femenino Tacos y Caprichos.
Entre los concurrentes, se destacó la presencia del ex Intendente de Avellaneda, Luis Sagol, quien bailó toda la noche, y del creador de La Catedral de Ritmo, Carlos Riccó.
Estuvo presente, además, el colega Ricardo Bergara, del programa radial Somos Independiente.
La presidenta del Departamento de Cultura del Club Atlético Independiente, María del Carmen Otermín destacó, en diálogo con El Gran Campeón, la gran concurrencia del público: “Fue altamente exitoso. Superó las expectativas, con una convocatoria genuina, magnífica.”
Por su parte, el ex Intendente de Avellaneda, Luis Sagol elogió la iniciativa y recordó viejos momentos: “Esto es un éxito, una idea estupenda. Estoy retrotrayendo cincuenta años en mi vida. Acá pasé los mejores momentos de mi juventud. No solo haciendo deportes sino en la milonga, de la que Independiente era el puntal y el protagonista en Avellaneda”.
Casi sobre el final de la noche, se realizó el sorteo de un par de zapatos de Neo tango, al que se accedía con el número del bono contribución, de veinte pesos.
La buena respuesta de la gente permite intuir que no será la última “Noche de Tango” en Independiente.

A no descuidar el promedio

Tan solo dos meses atrás, Independiente dejaba en el camino a Argentinos Juniors, tras igualar 1 a 1 en el Diego Armando Maradona, y avanzaba con muy poco a los octavos de final de la copa Sudamericana. En ese momento, y sin exagerar, nadie presumía que este equipo pudiera llegar tan lejos.
Aquél nueve de septiembre el técnico Daniel Garnero se sostenía con un dedo de una soga que se deshilachaba día a día por los malos resultados en el torneo local, pero sobre todo por el mal juego de su equipo. El gol del empate lo convirtió Leandro Gracián, hoy suplente en el equipo de Mohamed y muy resistido por los hinchas en el último partido frente a Olimpo. El arquero titular en ese encuentro era Adrián Gabbarini, el lateral izquierdo Maximiliano Velázquez, y en la mitad de la cancha, junto a Fernando Godoy, jugaba el Hernán Fredes de antes. Facundo Parra lo miraba desde el banco.
Antonio Mohamed le dio otro aire a este Independiente, cambió algunas piezas y le transmitió confianza al plantel. Dio un primer paso firme ganándole con lo mínimo a Racing, superó a un rival complicado como Defensor Sporting y se sacó de encima a un Tolima temerario, que había eliminado nada menos que a Banfield con cierta comodidad. El pasado jueves perdió por la mínima diferencia ante un gran equipo, Liga de Quito, y convirtió dos goles en un estadio que hace a su anfitrión casi invencible. Hoy, todos los ojos diablos apuntan a la copa, como es de esperar. El entusiasmo se entiende y se comparte. ¿Cómo no ilusionarse con el sueño de acariciar otro trofeo internacional? Cinco millones de almas rojas no piensan en otra cosa que en el partido del próximo jueves, donde Independiente puede ser otra vez finalista de un torneo internacional.
Por eso, el partido del lunes frente a Colón no pesa en la cabeza de la mayoría de los hinchas. Se jugará con suplentes y se sumarán muchos juveniles para estar a las órdenes del Turco. Será una buena oportunidad para que las jóvenes promesas del club demuestren, al menos por unos minutos, que están a la altura del plantel profesional.
Pero atención: Independiente está décimo octavo en la tabla de posiciones y décimo tercero en la de promedios. Fue alcanzado por Racing, con 1,322 y 119 puntos y tiene a Arsenal pisándole los talones, con 1,300 y dos puntos menos que el Rojo.
Mohamed y sus dirigidos deberán mejorar una pésima campaña, cuyos números preocupan por sí solos: 14 partidos jugados, sólo dos ganados, seis empatados y seis perdidos. Además de Colón, en el cementerio de los elefantes, lo que le queda a Independiente no es precisamente un final de campeonato accesible: recibirá a Estudiantes en la 16, visitará a Lanús en la 17, será local ante Tigre en la 18 y cerrará una campaña para el olvido, en la 19, ante Huracán.
Sin dejar la ilusión de lado, habrá que mirar de reojo el desempeño del equipo, juegue quien juegue, en el torneo local. Y afrontar el torneo de año que viene de la mejor manera, con un plantel y un DT, en el mejor de los casos, ya afianzado, con plena confianza y con el apoyo de los hinchas.

¿De dónde me hablás?

No hay dudas de que la  mayor responsabilidad de la represión desatada luego del golpe militar de 1976 recae indefectiblemente sobre las tres Fuerzas Armadas que ocuparon la cúpula gubernamental y la oligarquía terrateniente que les encomendó la diabólica tarea. Sin embargo, nada de eso hubiera sido posible sin, en cierto sentido, la el apoyo de gran parte de casi todos los sectores que componen esta nación: los medios de comunicación, la iglesia, sectores sindicales, diversos grupos empresarios, economistas, etc.
Por eso, y no sin razón, se insiste en denominar al nefasto período como golpe cívico-militar.
Muchos personajes que formaron parte de esos amplios sectores que reclamaban el reestablecimiento del orden político y social a cualquier precio, hoy ocupan cargos públicos, opinan abiertamente mediante micrófonos y cámaras, escriben columnas en periódicos, ofrecen su visión de la economía, dirigen empresas y hasta nos juzgan.
No para denunciar una determinada ideología política, que hoy podemos elegir libremente, sino para desenmascarar a quienes se escudan detrás de un noble apellido, y para saber quién nos habla y desde dónde, debemos atender al origen de las palabras que se escuchan y se leen en los medios masivos de comunicación.

El país que no habíamos mirado

El itinerario de aquél viaje al norte del verano de 2007 incluía a las provincias de Tucumán, Salta y Jujuy. Me acompañaron dos viejos amigos, Gambone y Luis. Dos personas demasiado organizadas para mi gusto, pero que le pondrían un freno a mi improvisación extrema. Nos trasladamos en micro durante todo el recorrido, comenzando por la capital Tucumana, San Miguel, donde no estuvimos más que una tarde. Allí visitamos la casa que tanto dibujamos en el colegio primario, comimos empanadas y no mucho más. No se trataba de un lugar que pudiera sorprendernos demasiado. Salvo por alguna pincelada colonial, se asemejaba bastante a cualquier ciudad del conurbano bonaerense. Enseguida emprendimos viaje para los valles calchaquíes: Tafí del Valle sería nuestro próximo destino.
Llegamos esa misma noche y nos encontramos con un lugar apacible y bastante comercial. Enseguida ubicamos un buen lugar para comer, ofrecían chivo, asado, buen vino y un dúo cantaba unas chacareras. Conseguimos una pieza con tres camas y un baño cuya puerta no cerraba. Fue motivo de incomodidad y carcajadas. Recién con la mañana conocimos el paisaje de Tafí, al salir a la calle nos descubrimos rodeados por cerros color verde musgo. Las nubes formaban una capota gris y parecíamos encerrados en una cajita. Caminamos todo el día.
Amaicha del Valle, también en Tucumán, se había ganado la fama de albergar a la gran concurrencia de jóvenes que deambulaban por el norte con ánimo de relajar y divertirse. La llamaban Jamaicha, y apenas llegamos al camping descubrimos por qué.
Las ruinas de los Kilmes fue el lugar más increíble que conocí de Tucumán. Al recorrerlas imaginaba a esos hombres desencajarse, transformarse en bestias que defienden sus pertenencias, sus casas levantadas piedra sobre piedra, su tierra y la de sus familias. Me puse en el lugar de alguno de ellos y, sabiendo que perdieron todo, supe que sería yo capaz de arrancarle la cabeza a cualquier intruso español.
Nuestro primer destino salteño fue Cafayate, un lugar fantástico. Las altas expectativas por conocer la Quebrada de las Conchas fueron superadas. Encontramos formaciones geológicas difíciles de imaginar. En una cueva gigantesca llamada El Anfiteatro, de paredes color tierra con miles de rayas horizontales, un hippie tocaba Mañana en el abasto y sonaba mejor que en el disco de Sumo.  
De Cafayate nos fuimos a Cachi. Un pueblito silencioso, de estilo colonial, donde lo único que rompe la quietud son los turistas. Sobre todo aquellos adolescentes que van con la misma euforia con la que viajan a San Bernardo, gritan, cantan borrachos y ríen jocosos en las calles porque no encuentran el boliche. Allí conocimos a un descendiente Aymara que nos condujo a conocer las ruinas de los habitantes originarios de esa zona. Sus rasgos eran claramente aborígenes, muy marcados. Si tuviera que dibujarlo, le haría la nariz de Patoruzú. Nos llevó en un Renault 12, cantando coplas en quichua y explicándonos cómo era crecer siendo aborigen, educándose como católico. “El día de la Pacha Mama todos faltábamos a clase, porque en el colegio no se festejaba. Era una fiesta pagana, estaba prohibida”, nos decía.
Al llegar a la ciudad de Salta nos aburguesamos un poco. Paramos en un hotel de tres estrellas porque no había campings ni habitaciones económicas; pasamos por el cajero automático y tomamos unas cervecitas al aire libre. Allí visitamos el Museo de Arqueología de Alta Montaña y vimos estupefactos a los niños de Llullaillaco, pequeños incas momificados que fueron abandonados a 6700 metros  de altura como parte de una ofrenda que le hacían a la Madre Tierra. La siguen pasando muy mal, me dije. Morir así, de hambre y de frío. Y ahora están ahí, encerrados en cofres blancos para que la gente toque un botón y se encienda una luz y los ilumine. Ahora son los niños momia mejor conservados del mundo. Qué consuelo.   
En Humahuaca, ya en Jujuy, disfrutamos de una cena especial. En el bar de su propia casa, Ricardo Vilca nos llevó con su guitarra por toda la quebrada de Humahuaca en una sola noche. Hablaba muy suave y no dejaba de tomar vino. Hacía bromas, contaba anéctotas y se molestaba por el ruido de una mesa de imbéciles que no dejaban de hablar y reírse.
Hacía poco tiempo que Vilca había grabado un disco para la película Río arriba, film que cuenta la historia del pueblo salteño de Iruya, de cómo la imposición de un ingenio azucarero obligó a los habitantes del pueblo -etnias Kolla y Aymara- a abandonar su propia cultura y organización económica para trabajar en la zafra de azúcar. Los pobladores eran explotados y cobraban en vales que sólo servían para comprar insumos en la despensa de los mismos dueños de la zafra.
Hacía allí emprendimos el extenso recorrido. Por un camino sinuoso, primero en ascenso, luego en descenso, una curva tras otra, cruzando rios y pasando por pueblos prácticamente abandonados como Iturbe, con su estación fantasma..
Iruya es un pueblo muy chico, atravesado por los ríos Coranzulí y Milmahuasi y rodeado de cerros imponentes. Su gente conserva las tradiciones y vestimentas de sus antepasados. Las callecitas son de piedra y muchas casas de adobe y de piedra.
Apenas llegamos un chico nos indicó a una familia que nos daría albergue por 10 pesos la noche. Hacia esa casa fuimos y dimos con gente muy amable. Uno de sus hijos prometió acompañarnos al día siguiente hacia el pueblo vecino de San Isidro.  
La travesía fue mucho más complicada de lo que creímos. Eran días de lluvia, pero no nos achicamos. Volvía gente que nos anticipaba: “¿Van a San Isidro? No vayan que está muy complicado”. Al cruzar el Río, en uno de sus tramos, nos sorprendió una crecida instantánea. En pocos segundos los caminos que bordeaban al caudal de agua fueron invadidos. Nos subimos a una gran piedra y allí nos quedamos un buen rato, sin saber qué hacer. El paisaje era mágico, de fantasía. Pero la situación, una película de terror. Con el agua por encima de las rodillas, decidimos seguir un poco más. La fuerza del río arrastraba piedras del tamaño de adoquines, con la velocidad de un caballo de carrera. Pasábamos saltando de una pierna a la otra y tomados de la mano para no ser arrastrados. Sentíamos los golpes, pero no se podía parar. Con el frío del agua, se hacía insoportable. Pero no había vuelta, ya estábamos en el baile.
El desafío a la naturaleza terminó sin víctimas fatales. En San Isidro, un pueblo colgado de los valles calchaquíes, la vida era aún más tranquila que en Iruya. Allí ni siquiera había turistas. En una casita muy humilde nos dieron un plato caliente. Luis y yo le enrostramos a Gambone el póster de Independiente que colgaba de una pared y volvimos despacito para Iruya. 

Sobre Papel Prensa


He seguido buena parte de todo lo publicado por los medios sobre el caso Papel Prensa. También leí el libro Silencio por sangre de Daniel Cecchini y Jorge Mancinelli, un arduo trabajo de investigación publicado antes de ser presentado el proyecto oficial.
Entiendo, por todos los datos recavados a lo largo de estos últimos meses, que se han cometido irregularidades en torno a la negociación (o apropiación), y que probablemente se hayan cometido delitos de lesa humanidad. Aunque esto último habrá que probarlo ante la justicia. Pero más allá de los datos que prueban el manejo espurio de la adquisición, me llama poderosamente la atención la manera cuasi guerrera que adoptaron los diarios Clarín y la Nación para tratar el tema en sus publicaciones. Máxime el grupo Clarín, desde todos sus soportes mediáticos. En forma constante exhiben sus tapas y sus placas acusatorias. O braman en radio y televisión, corriendo la discusión de su eje central, para hablar de los malos modos del secretario de Comercio.  Más aún me sorprende la “casualidad” que resulta de todos los trabajadores de prensa que trabajan para esos medios, que rechazan las acusaciones al unísono, sin dejar lugar para la duda o la sospecha de que algo haya de cierto. Comprendo la situación que genera el hecho de hablar de asuntos que involucran a sus patrones, pero muchos periodistas cuentan con un prestigio que les permitiría trabajar para cualquier otra empresa de medios.  
Hay algo en torno al asunto que revela de manera insoslayable la oscuridad que rodea a la negociación: la complicidad que ejercieron los tres diarios involucrados con las atrocidades cometidas por el gobierno de facto. Las noticias publicadas sobre la muerte de supuestos guerrilleros eran siempre enfrentamientos con la policía o la fuerza militar, cuando quedó demostrado que en la mayoría de los casos no era así. Si bien la prensa estaba atada al peligro que podía generar decir ciertas verdades, no todos los medios tomaron esta actitud de ser prácticamente portavoces de la dictadura. El mismo José Pirillo, ex dueño de La Razón, declaró ante la justicia que en la empresa Papel prensa existían mecanismos de extorsión, y que, además, los tres diarios tenían en sus archivos toda la información referida a delitos de lesa humanidad. “Tenían pleno conocimiento”, dijo.
Creo que la investigación y la publicación del caso Papel Prensa ha colaborado con la tendencia permanente que viene causando el deterioro de la credibilidad de los diarios Clarín y La Nación, cuya cantidad de lectores está bajando año a año. Y entiendo, más allá de ciertas connivencias con el oficialismo, que otros medios como Página/12, Crónica o Tiempo Argentino, le den espacio y repercusión a la noticia. Ya que, después de todo, también resultan perjudicados por la competencia desigual que genera el precio del papel.
Estoy plenamente convencido de que se debe ir a fondo con la investigación, y habrá que castigar a los culpables, tengan el poder y el dinero que sea. También estoy a favor de declarar a Papel Prensa “de interés público” y que se democratice el acceso al papel. Un precio igualitario para todos los periódicos mejorará la calidad y la cantidad de los medios informativos.

Emmanuel Gentile

El lector (Bernhard Schlink)

En la novela, más tarde devenida en best seller, El lector, Bernhard Schlink cuenta una historia dentro de otra, y ésta última es la de la Alemania de posguerra. El personaje principal de esta obra es un hombre adulto llamado Michael Berg que comienza recordando sus días en un barrio alemán, pocos años después de la Segunda Guerra Mundial.
Berg, la “voz” de la novela, relata un episodio ocurrido en su adolescencia que marcará el resto de su vida.
A los quince años, tras recuperarse de una hepatitis, en uno de sus habituales regresos a su casa, al salir del colegio, comienza a sentirse mal y vomita. Una mujer de 36 años acude en su ayuda y lo hace pasar al patio de su casa para asistirlo. Tiempo después, en agradecimiento y por consejo de su madre, Michael decide presentarse en la casa de la mujer con un ramo de flores. Ese día el adolescente observa con erotismo la figura de la dama entrada en años. Admira su figura robusta y la sensualidad de sus movimientos. Pero avasallado por la mirada inquisitiva de la mujer, reacciona de manera infantil y escapa de la casa.
Permanece los días siguientes sin dejar de pensar en ella, con su mente divagando entre la moral y el deseo. Finalmente se decide y en una segunda visita termina acostándose con Hanna. A partir de allí comienza una relación obsesiva, llena de sensualidad, en la que Michael explora su nueva vida sexual y se debate entre su inseguridad y su dispar madurez con otros chicos de su edad. Hanna, por su parte, le pide a su joven amante que le lea literatura clásica y que no pregunte demasiado. Él solo sabe que es revisora del tranvía. Luego de algunos meses, la mujer desaparece y genera una fuerte angustia en Michael, que se irá apaciguando con el correr del tiempo. Sin embargo, sus relaciones póstumas serán un fracaso, debido a que idealiza en cada mujer lo que vivió con Hanna.
Siete años después el muchacho estudia Derecho y, junto a un grupo de estudiantes, observan los juicios contra criminales de guerra. En uno de ellos, encontrará a Hanna siendo una de las acusadas, como encargadas de un campo de concentración, de dejar morir a un grupo de prisioneras judías en una iglesia que se incendiaba. Durante el juicio, Michael se percata de que Hanna es analfabeta, y encuentra la explicación de muchas de sus extrañas actitudes ocurridas durante la relación.
   El personaje central hace una regresión-revisión de su adolescencia en la que aparecen cuestionamientos morales, encrucijadas de su personalidad y maduración. Michael va consumiendo su inocencia y se deja llevar y sorprender por sus instintos sexuales. Hanna irrumpe en su vida con su adultez, su soledad, y el secreto vergonzante de su analfabetismo.
     Repasando la biografía de Bernhard Schlink, podemos concluir que la novela tiene mucho de autobiográfica. Además de ser alemán y haber nacido en 1944 (La guerra concluyó en el 45), Schlink es profesor de Derecho, jurista, y fue nombrado en 1998 juez de la corte constitucional del estado federal de Renania del Norte-Westfalia. Su obra literaria consiste fundamentalmente en novelas policiales. Escribió una serie de tres tomos en las que el personaje principal es un ex fiscal nazi devenido en detective llamado Selb. La primera fue escrita con la colaboración de Walter Popp (también licenciado en Derecho)  y se llama La justicia de Selbs (1987); luego vendrá El engaño de Selb (1994); seguida de esta publicó El lector (1995) y años más tarde, finalizando la trilogía policíaca, El fin de Selb (2002). Sus últimas obras son Amores en Fuga (2002) y El regreso (2007). Pero fue con El lector, quizás su trabajo más intimista, que adquirió fama mundial: El libro se tradujo a 39 idiomas; obtuvo gran aceptación y numerosas ventas en Alemania y Estados Unidos; y se adaptó y llevó al cine.
En su trabajo consagratorio y multipremiado, el autor describe en cierta manera a una sociedad de posguerra que, ante el recambio generacional, se debate entre quienes condenan lo hecho en el pasado reciente, los que prefieren echar la mugre bajo la alfombra del olvido, y otros, que, aunque no se animan a expresarlo a viva voz, entienden, justifican o comparten las atrocidades cometidas por el nazismo. En una entrevista concedida a un medio norteamericano, Schlink recuerda el tema como disparador de peleas entre padres e hijos, además de mencionar a un profesor que le dictaba clases de inglés y que llevaba un tatuaje de las SS en su brazo.
Los jóvenes de aquella Alemania, aunque no todos, necesitaban al menos cuestionar a sus padres y abuelos para poder encarar al futuro con dignidad. Y no sólo a quienes fueran brazo ejecutor de las políticas nazis, sino a toda una sociedad que dio vida al símbolo de la aberración. Un pueblo diezmado por los resultados de la guerra: 55 millones de muertos y 35 millones de heridos; con  el 75 por ciento de Berlín destruido y el 90 por ciento de Nuremberg y Dusseldorf en la misma situación. Con la necesidad de limpiar, más allá de las fronteras, la imagen oscura de un pueblo que es visto de reojo por el resto del mundo.
Esos chicos alemanes de la posguerra, como Michael Berg, y seguramente Bernhard Schlink, fueron educados bajo el proceso de desnazificación que se llevó acabo tras la caída del régimen. En aquellos años se revisaron los planes de estudio, los textos (se reutilizaron los de la República de Weimar), y se hizo pasar a los profesores por una “prueba ideológica”.
Bernhard Schlink concede a su personaje las atribuciones para contar un poco su propia visión de la sociedad alemana posterior al tercer Reich, y, quizás, parte de su vida sexual adolescente. Las escenas de erotismo son de una intensidad que atrapa, la identificación con el personaje es casi ineludible. Es que Michael Berg es también, en mayor o menor medida, la representación de cualquiera de nosotros, que pasó por esas sensaciones de inseguridad, de ruptura de barreras, de incertidumbres indescifrables, de erotismo casi celestial y enamoramiento obsesivo, que sin desaparecer, se van calmando con el correr de la madurez.
Si bien no se detalla el ideario de Hanna sobre política o, para ser más exactos, los judíos en particular, el personaje grafica claramente la condescendencia con el régimen quizás por simple inacción ante la barbarie. Y eso pesa también sobre Michael, por haber amado apasionadamente a esa mujer.
Pero si es tan difícil y a veces imposible desligarse personalmente del peso de la culpa, ¿cómo puede hacerlo una sociedad en conjunto?
Por más que rechacemos ideas y hechos que hayan sucedido en nuestra historia social, siempre puede aparecer una arista que, mucho o poco, nos conecte con esa parte que aborrecemos de la vida de nuestro pueblo.   





El Gran Diablo

Julio García no es un hincha más de Independiente, es quizás, entre los 5 millones de simpatizantes del Rojo, el más destacado. En el campeonato Apertura de 1994, el entonces equipo de Miguel Brindisi cortaba una racha de 8 años sin poder ganarle a su clásico rival, y es en ese partido donde Julio, desde la tribuna, decide no sacarse nunca más su máscara de diablo. Con el correr de los partidos se fueron sumando atuendos rojos y hasta un tridente, y Julio García pasó a ser más conocido como El Gran Diablo.
Actualmente es el hincha más emblemático, sigue a Independiente donde juegue, reparte chupetines en las tribunas y participa de todas las reuniones que tengan que ver con el Rey de Copas. Además, tiene su propio programa radial, una página web donde escribe crónicas de los partidos y también participa en otros foros y programas radiales del equipo de Avellaneda. Como si fuera poco, el hombre de la capa roja puede jactarse de ser el único hincha retratado en una tapa de la revista El Gráfico en toda la historia del magazine deportivo.
Si bien dedicar su vida a Independiente le ha generado problemas familiares, Julio confiesa sentirse gratificado por el cariño de la gente. Y no es para menos, cuando anunció su retiro recibió miles de cartas y mensajes de la gente implorándole que desistiera de su decisión. Y así lo hizo.
Pero El Gran Diablo no solo reparte chupetines en las tribunas, sino también juguetes y alimentos para hospitales y comedores, y todo lo hace a pulmón y, en muchos casos, sin el apoyo institucional del club.
Julito, como lo llaman quienes lo conocen, no cobra un solo peso por lo que hace, y eso demuestra que realmente quiere a la camiseta, y en muchos casos, con su máscara de hule a cuestas, transpira más que los jugadores.