lunes, 10 de junio de 2013

Independiente, mi viejo, mi hermano y yo


Conocí a Independiente apenas tuve conciencia y gracias a mi viejo. Primero a través de sus símbolos, de sus colores, luego ojeando decenas de revistas que él guardaba como un tesoro, con portadas que mostraban siempre a un grupo de hombres con camiseta roja, alzando sus brazos, levantando trofeos, vapuleando rivales, conquistando hazañas increíbles.

Con el tiempo, ya algo más grande, comencé a acompañarlo al estadio de la Doble Visera. Íbamos el viejo, mi hermano mayor y yo, caminando desde su casa de El Pueblito, cruzando las vías del tren eléctrico, luego del almuerzo de cada domingo: las pastas que hacía mi abuela.

 Me acuerdo lo que me costaba llegar a ver el campo de juego entre cientos de hinchas que triplicaban mi altura. Mi viejo me alzaba cada tanto y yo lo buscaba a él, a ese jugador ya pràcticamente pelado que aparecía en casi todas esas tapas de El Gráfico,  el hombre del que tanto me hablaban: “El Maestro” Ricardo Enrique Bochini. Era ver que recibiera la pelota y saber que de un momento a otro soltaría su magia, sacaría ese “conejo de la galera”, como tan bien ilustraba en cada relato Víctor Hugo Morales. Y qué decir de la gente ante cada una de sus intervenciones, de sus pases "bochinescos" y sus gambetas inigualables. Se caía el estadio, que vitoreaba su nombre y reafirmaba que “el Bocha es lo más grande del fútbol nacional”.

Corrían tiempos de torneos largos, todos contra todos, pero con una novedad: se implementó que, ante cada igualdad, se otorgaría un punto extra al equipo que se impusiera a través de la definición por penales. Uno de esos domingos, mi viejo me engañó no recuerdo con qué artilugio, me dejó en la casa de mi tía y se fue a la cancha con mi hermano. ¿La razón? con un empate ante Armenio, en la cancha de Ferro, el Rojo era campeón. Mi viejo todavía no me llevaba de visitante, y mucho menos en una final. Yo no lo comprendí, y al verlos llegar con los gorros, cantando "dale campeón", me enojé con papá y le dije que era “un malo”.

Pasaron los años, yo crecí y mi amor por Independiente también. Lo vimos campeón en el 94, en las supercopas del 94 y 95 y la recopa de ese mismo año. Los abrazos en la tribuna tenían un mismo apellido.

Con el tiempo mi viejo empezó a venir con menos frecuencia, pero mi hermano y yo nos íbamos solos. Estuvimos en la tribuna visitante el día que le ganamos a Racing después de 11 años, un desahogo y la ratificación de una paternidad que pocos equipos sustentan ante su más acérrimo rival.

Al viejo lo perdí en el 98, enterándome al mismo tiempo que arrastraba una larga enfermedad que siempre nos ocultó. Fue un golpe demasiado duro para mis 15 años, un golpe que me anudaba la garganta cada noche, y que a la vez me arrojó a la fuerza a conocer la dura calle, para tratar de llevar el pan a casa.

La vida continuó y mi relación con Independiente también. En 2002 me escapé de mi tercer trabajo para ir a ver la final anticipada contra Boca. Y  un fin de semana después, otra vez campeones. Pasaron años, decenas de jugadores que nunca debieron vestir nuestros gloriosos colores, dirigentes que se afanaron todo, barras que les pegaron y les robaron a sus propios hinchas, y en el medio otra coronación: la Sudamericana 2010, que me encontró trabajando como periodista partidario en Independiente el Gran Campeón. 

Sin embargo, al poco tiempo comprobé que soy mucho más hincha que periodista y sentí la necesidad de volver a la tribuna. Quise seguir aferrado a mi hermano para abrazarlo ante cada grito de gol, para consolarnos ante cada derrota, pero siempre, siempre volviendo a la cancha para alentar al Rojo.

Ahora, ante el hecho consumado del trágico descenso de categoría de esta prestigiosa institución, yo le pregunto a usted, lector/a: ¿No debería agradecerle una y mil veces a mi viejo por haberme hecho pasar tan lindos momentos junto a Independiente? ¿No debería sostener hoy más que nunca la bandera roja bien arriba y enfrentar este duro momento con la frente alta y el orgullo intacto?

Yo entiendo que sí. Y estoy seguro que usted, aunque no sienta lo mismo que yo, también lo comprenderá.


Emmanuel Gentile. Hincha de Independiente. Periodista.