lunes, 18 de enero de 2010

Señor apostador:

Es posible que su inagotable insistencia con el juego lo encuentre un buen día con la boleta ganadora temblando en su mano, debido a un certero golpe de esa fuerza impredecible y misteriosa a la que llaman suerte. Sentirá usted seguramente un calor ineludible y sofocante, pero al mismo tiempo, la grata sensación de haberse librado de una vida puerca y desgraciada. Vaya preparándose entonces para recibir a la fortuna. Nunca se sabe cuándo se pueden acertar seis números de dos cifras entre millones de posibilidades, y hay que estar presto para recibir semejante cambio de rutina. Acabarán repentinamente sus agotadoras jornadas de trabajo disgustante, para pasar a formar parte de una excelsa minoría que no derrama una sola gota de sudor en todo el día. Acostúmbrese a escuchar y pronunciar palabras como: confort, placer, lujo, ocio, dólar, yacuzzi, financiero, yate, champagne, renta, inversiones, bonos, y demás términos. Pero primero lo primero. Absténgase de informar a todo su círculo familiar y amistoso sobre la noticia, para evitar visitas y llamadas inesperadas. Maneje con cuidado sus impulsos de alegría. Vaya más bien pensando en el último día en que verá a su jefe. Es posible que esa noche no concilie el sueño, ni aún contando manadas de quién sabe ya qué animal de campo. Despreocúpese del letargo que lo acompañará esa mañana. Desayune en familia, con paciencia y regocijo, y asegúrese de llegar bien tarde al trabajo. Diríjase directamente a la oficina de su odiado capataz. Contemple largamente la mirada atónita de ese perejil que se ha ganado un mísero puesto gerencial a base de alcahueterías viles, traición a la camaradería y servidumbre incondicional a la corporación. Observe su rostro mientras estampa la firma renunciante y, por qué no, propínele un agudo cross en el mentón. Guarde para siempre una fotografía mental del pobre diablo que yace en el asiento caliente. Retírese respirando profundamente y apuntando con sus ojos a quienes nunca han confiado en usted. Ya será momento de efectuar el cobro de su flamante fortuna, mas no se aflija por el inevitable recorte que, amablemente, Lotería Nacional le argumentará nombrándole impuestos que de a uno se le irán clavando como un puñal oxidado. Pesos más, pesos menos, será usted un nuevo rico y eso es lo que importa. Vale la advertencia –por si usted es un poco despistado- que humildemente le haré a continuación: rechace todo tipo de reportaje en medios populares, en el que pueda aparecer su imagen acompañada de títulos comprometedores como: "Pepe Gómez de Floresta, el único ganador del Quini", o "La familia Gómez se hizo de una fortuna con seis aciertos". Y en el que le harán preguntas que no querrá contestar, como: “¿Qué piensa hacer con tanto dinero?”, “¿Adonde le gustaría vivir?”, “¿Piensa viajar?”, “¿Adónde?” Ocúpese entonces de lo importante, pague todas las deudas que lo agobiaron durante los últimos años, escúpale un ojo a la vecina que lo miraba con sorna en cada cruce de ascensor. Quítese el pesado cartel que carga sobre su espalda y lo señala, en letras rojas, con la palabra “moroso”. Adquiera una casa enorme, con el doble de habitaciones respecto de lo que necesite su grupo familiar. Debe ser en un country o en un barrio cerrado, protegido de la “gente común”, con piscina y estacionamiento para, por lo menos, cuatro vehículos. No olvide cambiar radicalmente los hábitos que pondrían de manifiesto su verdadero origen ante los nuevos vecinos. Ocupe buena parte de sus horas en actividades, aunque sean ociosas. De lo contrario, será sospechado de rico de lotería, y eso perjudicaría su imagen. Renueve su vestimenta, lea en público periódicos reaccionarios y practique deportes, tanto usted como su familia: tenis, golf, equitación o rugby. Rompa relación con familiares o amigos de aspecto y comportamiento vulgar. No vuelva a pisar una casa de lotería, eso es para la chusma. Ahora que es un hombre nuevo, piense en su futuro y reúna a su familia para decidir, entre todos, la clase de rico a la que desean pertenecer.

¿Adónde va la gente? ¡A ver a Don Vicente!


Homenaje a un prócer de Independiente

La mayoría de nosotros no pudimos ser testigos de sus proezas en las cancha. Hay que cargar por lo menos con 70 años para tener la suerte de haber visto sus endiabladas gambetas. Sin embargo, algo sabemos, algunas cositas leímos, un poco nos contaron los viejos, y otro poco nos dicen las imágenes.
El 15 de enero de 1918, en la ciudad de Rosario, nacía Vicente de la Mata. En 1937, con sólo 19 años, se destacaba en la delantera de Central Córdoba y era convocado a la selección nacional para participar del campeonato Sudamericano. Tras igualar en puntos con Brasil, el equipo albiceleste jugaría un desempate definitorio. Empatados al final del match, hubo que esperar hasta la prórroga para ver en cancha a Don Vicente, quien se encargó de darle el triunfo a la nacional con dos goles.
Ese mismo año fue adquirido por Independiente, allí dejaría la huella imborrable de su recuerdo. Con la camiseta roja disputó 362 partidos y convirtió 150 goles. Fue campeón en 1938, 1939 y 1948. Dueño de una técnica exquisita, y un regate inagotable. Un periodista de aquellos años definió su juego en pocas palabras: “No recuerdo haber visto jamás a De la Mata hacer un pase antes de haber eludido, como mínimo, a dos rivales”
Vicente formó parte de una de las delanteras más temidas del fútbol argentino junto a Arsenio Erico y Antonio Sastre. Entre los tres marcaron 556 goles en partidos oficiales.
Su gol más recordado se lo marcó a River en el Monumental. Fue el 12 de octubre de 1939. De la Mata recibió la pelota de su arquero Fernando Bello, cruzó el campo de punta a punta gambeteando rivales, fueron quedando en el camino: Moreno, Minella, Wergiker, Santamaría y Cuello. Erico esperaba el pase en el centro del área, pero Vicente, desde la punta izquierda, volvió a sorprender metiendo la pelota en el ínfimo espacio que quedaba entre el arquero Sirne y el primer poste. Al contemplar semejante obra, su compañero Antonio Sastre, emocionado, le dijo: "Pibe, ¡hiciste Capote…!". Desde ese día le quedó el apodo.
Hoy podemos ver la imagen de Capote en blanco y negro, pelota al pie, escapándole a tres jugadores con la banda roja cruzada en el pecho, que lo persiguen atónitos desde atrás.