jueves, 28 de abril de 2011

10 años sin Joey

Melancólico, sensible, rockero, medio hippie. Dueño de una voz incomparable, nos dejó un 15 de abril de 2001. Hace una década el punk quedaba huérfano



Luego de que los Ramones llegaran al final de su extensa carrera en 1996, Joey Ramone se empeñó en darle forma a sus proyectos. Y estos no eran otra cosa que hacer más y más rock. Su vida estaba inagotablemente emparentada con la música. En el ‘97 comenzó a grabar su disco solista, a pesar de que ya llevaba una complicada enfermedad a cuestas. Seis años atrás le habían diagnosticado un cáncer linfático. “Si no se sentía bien, no iba al estudio, porque sentía que tocar a media máquina no era propio del rock and roll”, recordaba Daniel Rey, permanente colaborador de Ramones y guitarrista en el álbum Don’t worry about me. Cuando no estaba dedicado a su disco, Joey aprovechaba para apadrinar nuevas bandas u organizar festivales. Él siempre leía, escuchaba e iba a ver grupos nuevos, tenía el deseo de recuperar la escena under de Nueva York. De alguna manera quería devolverle un poco de esa mística de los setenta y al mismo tiempo darle a esos grupos emergentes el empujón que ellos no habían tenido. El 30 de diciembre de 2000 debió ser internado tras una caída en las calles de su ciudad. Le dieron el alta en febrero, pero a los pocos días fue internado nuevamente. Un domingo de Pascuas, precisamente el 15 de abril de 2001 a las 14.40, mientras escuchaba In a little while, de U2, Jeffrey Hyman, más conocido como Joey Ramone, murió en el Hospital Presbiteriano de Nueva York. Le había dado una dura batalla a su enfermedad, pero no pudo con ella. Según Rey: “Hablaba de levantarse de la cama para ponerse en forma y salir de gira”.
“El rock and roll era el salvador. Te daba la sensación de ser un individuo”, explicaba Joey mientras repasaba sus conflictivos años adolescentes.


Antes de formar parte de una de las bandas más legendarias de la historia del rock, Jeffrey Hyman  pasó por algunas situaciones desagradables, pero que formarían su personalidad para siempre. Sus padres se divorciaron cuando tenía ocho años y su madre se juntó con otro tipo, pasó por un loquero durante su adolescencia debido a su trastorno obsesivo compulsivo, y más tarde su mamá lo echó de la casa. Además padecía de una fuerte miopía, su contextura física no lo ayudaba: era muy flaco, alto y desgarbado, y se emborrachaba con frecuencia. Había viajado a San Francisco, donde permaneció unos meses y trajo consigo las ideas pacifistas de izquierda, que poco encajaban con aquella sociedad neoyorkina en tiempos de Guerra Fría.
Johnny, Tommy y Dee Dee vivían en la misma cuadra de edificios del barrio Forrest Hill, en Nueva York, pero al principio no dialogaban con él “porque era un hippie”. Sí se relacionaban, en cambio, con su hermano Mitchell, tres años menor que Joey. Finalmente su afición a la bebida, la música y otro tanto su locura extravagante llamaron la atención de los que más tarde serían sus compañeros de banda. “Lo único que hacía era sentarme en una esquina con Dee Dee en pedo e insultar a la gente”, recordaba Joey años más tarde.


Su amor por la música comenzó bien temprano, su padre lo llevaba a shows de radios de rock apenas entrados los ’50. Pero el primer grupo que lo sorprendió fue The Beatles. “Cuando salí del colegio, a los trece años, tuvieron un impacto enorme, eran nuevos, únicos, sus cortes de pelo, las chicas gritando, todo lo que los rodeaba era único. Elvis y Buddy Holly me llegaron más tarde porque en su época era muy joven.” Pocos años después surgirían bandas que fueron la influencia directa de lo que más tarde sería la escena Punk: “El primer grupo que me impactó en vivo fue The Who. Los vi en su primera gira por EE.UU en el ’67. Hicieron ‘My generation’, ‘Pictures of Lily’ y creo que ‘Happy Jack’, y rompieron todos los equipos. Increíbles.” Otra banda lo marcaría de tal forma que lo impulsaría sin escalas a subir a un escenario. “Vi a The New York Dolls por primera vez junto  a Johnny Ramone en el Diplomat Hotel. Eran shows bien bizarros. Parecían sacados de La Naranja Mecánica, muy adelantados a su época”, rememoraba el larguirucho. Semejante vivencia lo arrastró a formar su propio grupo. Él sería el cantante de una banda llamada Sniper, con un estilo glitter-punk muy influenciada por los Dolls, Stooges, Alice Cooper y T Rex. Fue, según Joey, “una experiencia liberadora”.
Tras ser expulsado de su hogar, comenzó a pasar las noches en la galería de arte de su madre, donde trabajaba como vendedor a comisión. “No tenía donde ir a dormir, así que a la noche me colaba en la galería. Pero como siempre había policías patrullando tenía que asegurarme de que no creyeran que era un ladrón. Me metía por las ventanas y una vez adentro ponía la radio. Los polis escuchaban la música y venían con sus linternas, así que tenía que quedarme quietito sin hacer ruido para que se fueran rápido. Antes de irme a dormir iba a un club de Queens a escuchar rock’n’roll. Y poco después, Dee Dee se vino a vivir conmigo a la galería.” Su hermano Mitchell ya había formado una banda. Él y otros grupos usaban el sótano del lugar para sus ensayos. “Mi vieja iba y veía que había plantas, y decía ‘Qué lindo, tienen flores’, pero no sabía que eran plantas de marihuana.”


Lo que sigue es archi conocido, pero bien vale la pena recordarlo. Cuatro descarriados del barrio de Queens crearon en 1974 a uno de los grupos más influyentes de la historia de la música: The Ramones. Al principio, Joey tocaba la batería, Johnny la guitarra, Dee Dee cantaba y rasgaba la guitarra rítmica, pero resultó que no podía hacer las dos cosas al mismo tiempo. A partir de allí se sumaría Tommy (quien oficiaba como manager) a la batería, mientras que Dee Dee se haría cargo del vacante bajo y Joey tomaría el micrófono para siempre. Durante veintidós años sería el frontman más inapropiado para una banda de rock, pero a la vez el corazón, el alma de The Ramones.
Su imagen casi fantasmal irradiaba una energía misteriosa y atrapante. Ese flaco de un metro noventa, que apenas mostraba su rostro entre grandes lentes negros y una larga cabellera, que separaba sus piernas y se aferraba al soporte del micrófono, moviendo apenas los brazos y la cabeza, impactó junto a su banda en la escena del rock neoyorkino en míticos clubes como el CBGB. Con gran personalidad en el escenario, un sonido novedoso, un ritmo veloz con canciones simples de tres minutos, los Ramones no tardaron en motorizar el movimiento punk en Inglaterra. Los años los transformaron en un ícono del rock a nivel mundial.
A pesar de no haber sido reconocidos en los charts, ni por la prensa adicta al mainstream, los de Queens hicieron su propia carrera y dejaron una marca imborrable en la historia. Llenaron estadios alrededor del planeta -sobre todo en Sudamérica- y motivaron a miles de jóvenes a formar su propio grupo “onda Ramones”.


A lo largo de su carrera permanecieron leales a sus principios, nunca cambiaron su forma de ser ni de interpretar su música. Aún en un universo musical imperado por las grandes discográficas, que prefieren el éxito efímero de una banda creada para durar poco, pero que deja grandes ganancias.
Quienes conocieron a Joey fuera del escenario, lo describen como un tipo simple, con mucho humor, algo tímido pero a la vez frontal. Si no le caías bien te lo hacía saber con su mejor onda. Jamás se sintió o actuó como una estrella. Tenía los pies sobre la tierra y vivía en un pequeño departamento de Manhattan, entre el desorden caótico de miles de discos, revistas, libros y demos que le regalaban las bandas. Sus allegados cuentan que era difícil caminar con él por Nueva York sin que alguien lo saludara. Siempre se paraba para charlar con cualquiera y firmaba cuantos autógrafos quisieran. Le gustaba el cine, mirar TV, beber café negro y la comida japonesa. Guardaba todo tipo de artículos que hablaran de él o de su banda y coleccionaba discos de los ‘60 y picaportes.


Sin ánimo de exagerar, posiblemente hubo una sola persona de su círculo que no lo quería: su propio guitarrista. Con Johnny se llevaban realmente mal, y en los últimos tiempos casi no se hablaban. El pensamiento conservador de Johnny contrastaba con el ideario liberal de izquierda de Joey. Ambos protagonizaron una novelesca historia cuando Johnny comenzó a salir con Linda, una novia de Joey, con la que finalmente se casó. La situación entristeció tanto al cantante que lo motivó a escribir una canción. Un tema que expresa en forma metafórica el infortunio amoroso: The KKK took my baby away (El KKK se llevó a mi nena). “Nos llevábamos mal de cualquier modo. La situación no ayudó, pero igual no nos poníamos de acuerdo en nada”, afirmaba Johnny al respecto. “John me tiraba mucha mierda y me terminó de pudrir. Siempre estaba protestando y armando problemas… el tipo es muy aburrido, esa es la verdad”, decía entre risas Joey, por su parte.


Hace ya diez años que no está entre nosotros. Aquél domingo de Pascuas moría la persona pero nacía el mito. Hoy podemos ver más y más jóvenes con remeras ramoneras que no lo vieron en escena y sin embargo lo adoran. El tiempo pasará, pero el ícono punk permanecerá endeble. Hubo un Lennon, un Morrison, un Elvis, y un Joey.
Mis planes son vivir por mucho tiempo”, decía en el ‘94 para un medio argentino. Su deseo en cierta forma se cumplió. Porque como dijo su hermano Mickey en su funeral, “Jeff Hyman murió, Joey Ramone vivirá para siempre”. 

“…Cuando me voy a casa, botella de whisky, película en la tele. Los recuerdos me hacen llorar. Y estoy solo yo, solamente yo, inquisitivamente…” (Questioningly)


Escrito por Emmanuel Gentile para Artezeta.com

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